En este
análisis Andrew A. Marino en el 2009, tras revisar 55 investigaciones
científicas, destaca la poca calidad de las investigaciones y concluye que a
pesar de que el 67% de los estudios encuentran alguna alteración
estadísticamente significativa sigue habiendo incertidumbre acerca de si los teléfonos
móviles afectan a la actividad eléctrica del cerebro. Este estado de duda en la
comunidad científica según Marino obedece a una estrategia de la industria de
telefonía, que financia en todo o en parte el 87% de las investigaciones, las
cuales siempre encuentran efectos cuando son independientes –aunque no sean
estadísticamente significativos- y que cuando los hallan siendo financiadas por
la industria minimizan los resultados, considerando que no se puede establecer
ninguna implicación para la salud y que las extrapolaciones a distintos tipos de
frecuencias y dispositivos no se pueden realizar.
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