LA CIENCIA SE ABRE CAMINO, DOMINIQUE BELPOMME SISTEMATIZA EL USO DE BIOMARCADORES PARA LA ELECTROHIPERSENSIBILIDAD
En
el pasado se apelaba a dios o a los demonios para explicar la
enfermedad. Poco a poco el conocimiento de la fisiología del cuerpo y de
los procesos bioquímicos fue relegando este acercamiento esotérico a la
enfermedad.
En el caso de la enfermedad mental la
alusión al componente moral o religioso se fue retirando con mayor
dificultad. El aspecto del desequilibrio químico en la enfermedad supuso
un factor objetivo para la explicación y el abordaje terapéutico que no
siempre pudo resolver las cosas.
El conocimiento de la
enfermedad siempre ha sido una cuestión compleja. Paradójicamente lo que
supuso un avance al otorgar la categoría de enfermos mentales se puede
acabar convirtiendo en una negación al poner el énfasis en los aspectos
psicológicos de la enfermedad. Lo que supuso un avance para la
comprensión material de la enfermedad por medio de la caracterización
bioquímica puede ser un obstáculo al limitar la enfermedad a los
procesos física o químicamente detectables.
Se hizo
viral en fechas no muy lejanas el cuestionamiento del TDAH como una
enfermedad inventada que se movía dentro de la tendencia a la
psiquiatrización de toda conducta fuera de la norma y de los intereses
de la industria farmacéutica de vender nuevos productos para “nuevas”
enfermedades.
Sin embargo la crítica al TDAH basada en
unas declaraciones de cuestionable traducción de uno de sus
descubridores no significaban que el TDAH no tuviera criterios clínicos
suficientemente establecidos, sino que había que ser prudentes a la hora
de diagnosticar conductas incómodas o tratar de buscar las soluciones
en la psicofarmacología en vez de en las intervenciones psicosociales
[1].
Uno de los redactores del DSM IV se sumaba a las
denuncias a la industria farmacéutica por influir a la profesión médica
para categorizar y diagnosticar enfermedades que se tratarían mediante
medicamentos [2].
Las denuncias a la industria
farmacéutica van desde la inoperatividad de sus productos como hasta la
peligrosidad de los mismos, que según investigaciones serían una de las
más importantes causas de muerte [3].
Valgan los
anteriores comentarios para ilustrar la dificultad de la situación en la
que nos encontramos, donde la búsqueda de variables objetivas no
siempre es el camino seguro para establecer una enfermedad.
La
no existencia de biomarcadores químicos puede no ser un criterio para
negar enfermedades nuevas, complejas o desconocidas. Sin embargo la
ciencia se apoya en teorías y va sumando evidencias hasta alcanzar un
consenso plausible para determinar sus clasificaciones. En el caso de la
electrohipersensibilidad hasta la fecha nos hemos movido principalmente
en el terreno del diagnóstico por medio de entrevista, tal como
aconseja para esta patología el colegio de médicos de
Austria en sus directrices para enfermedades relacionadas con los campos electromagnéticos [4].
Al
respecto de las dudas en relación al carácter psicológico de la
electrohipersensibilidad nos encontramos con que el hecho de que esta
enfermedad se desarrolle independientemente del conocimiento por parte
de los afectados de las exposiciones a los campos electromagnéticos
descarta la hipótesis nocevo [5].
La ausencia de una
teoría consistente para el carácter psicológico de la
electrohipesensibilidad convierten a estas aproximaciones terapéuticas
en fatales para las personas afectadas, que necesitan la compresión del
entorno y como primera medida la reducción de los campos
electromagnéticos a los que están expuestos.
Sin embargo
si hablábamos de la dificultad para encontrar un principio rector como
guía para estas problemáticas podemos destacar algunas claves. Si hay
ausencia de una teoría psicológica consistente y los afectados niegan
unánimemente el carácter psicológico de su enfermedad podemos avanzar
coherentemente en la línea de que se trata de un trastorno fisiológico
ante los campos electromagnéticos. Como diría el detective “sigue el
rastro del dinero”. Si la hipótesis de que los enfermos tienen que ser
capaces de identificar los campos electromagnéticos en experimentos de
provocación ha sido cuestionada como método para elucidar la
electrosensibilidad [6] y los principales estudios de provocación han
sido financiados por la industria [7] de telefonía sin cumplir unas
condiciones básicas [8] que permitan a los electrosensibles demostrar su
capacidad para reconocer los campos electromagnéticos [9], si
porcentajes superiores al 20% de estudios con indicios de capacidad de
los electrosensibles de reconocer los campos electromagnéticos han sido
considerados como la prueba de la no existencia de la
electrosensibilidad como trastorno orgánico, podemos concluir que los
estudios subjetivos de provocación son una línea de trabajo emponzoñada
para determinar la electrohipesensibilidad.
A pesar de
la situación de negación auspiciada por la industria de telefonía y
sustentada por los medios de comunicación, hay infinitud de
investigaciones científicas que demuestran los efectos biológicos para
los campos electromagnéticos de los modernos sistemas de comunicación
inalámbrica [10]. Diversos estudios han relacionado la cercanía a las
antenas de telefonía con síntomas propios de la electrohipersensibilidad
[11].
Paralelamente al mayor conocimiento de los
efectos de los campos electromagnéticos en organismos vivos, en ese
esfuerzo por encontrar las variables objetivas van apareciendo
investigaciones que apuntan cuales pueden ser esos biomarcadores para
identificar la electrosensibilidad [12].
Recientemente
hemos tenido acceso a la última investigación publicada por Dominique
Belpomme, del Instituto del Cáncer de Paris, que desde 2009 viene
utilizando en pacientes electrosensibles un compendio de pruebas
relacionadas con efectos biológicos de los campos electromagnéticos. En
su investigación publicada en Reviews on Enviromental Health en
2015 Belpomme da cuenta de diversos biomarcadores que sirven como
criterio objetivo para el diagnóstico de la EHS y SQM que son
caracterizadas como un tipo de desorden común. Tras investigar 1216
casos Belpomme determina que cerca de un 40% de pacientes tienen un
incremento de histamina como indicador de procesos inflamatorios, un 28%
tiene un incremento de nitrotirosina –nitrotyrisin- como indicador de
stress oxidativo y apertura de la barrera hematoencefálica –BBB-, un 23%
tienen un incremento de anticuerpos circulantes anti O-mielina
–O-myelin- indicando respuesta autoinmune, un 33% tiene un incremento de
proteínas de stress Hsp 27 y Hsp70, así como un descenso en todos los
casos de melatonina en orina asociado al insomnio y la fatiga.
Carlos Álvarez Berlana
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